viernes, 20 de noviembre de 2009

La ciudad

Me gusta la ciudad, con sus luces y sombras, con sus pequeños pecados. La ciudad está desarrollada por nuestra conciencia, de alguna manera, es lo que nosotros somos.

Acá los seres humanos, como en una ruleta, se juegan los sueños y esperanzas en el día a día. Existen dos ciudades, tal vez tres, todo depende de la mirada, y, los sueños que se aniden serán diferentes, pero todos somos habitantes de la misma ciudad, esta, será más prodiga con algunos.

Recorrer sus calles es un ejercicio de descubrimiento, parques desvencijados, cites antiguos, barrios desapareciendo por una mal entendida modernidad que aísla a los seres humanos, llevándolos a vivir la soledad del miedo, del abandono, todo transcurre entre rejas, entre pequeñas conspiraciones de silencio, nadie sabe quién vive a su lado, quién es ese desconocido que la ha saludado un par de veces, esos niños que como fantasmas divisa a veces, o lejanamente escucha sus voces alegres.
Nadie se sienta en la vereda como nuestros abuelos a mirar jugar los niños durante la tarde, tejer a crochet o a conversar del tiempo o la vida, como en una postal antigua, la imagen se difumina solamente en nuestros recuerdos.

Conversaba hace unos días con un amigo apenas un poco mayor que yo, por lo menos de esa manera nos vemos y mientras cruzábamos la Av. Bernardo Ohiggins con Santa Rosa, me preguntó si yo había alcanzado a conocer el convento de las monjas Claras que estaba en esa esquina, cerrado con grandes murallas de adobes, en donde sobre el murallón crecían en la primavera yuyos y mastuerzos, quedaba exactamente este, entre San Antonio y Mac Iver (que antes se llamó las Claras), el, me describía ese recuerdo de su niñez como si hubiese sido solo hace un momento, ¿y es que acaso no lo es?.

De ese lugar que aún existe en la memoria, a pasos se encuentra el Hotel Galerías Nacionales, con su restaurante Vichuquén y exactamente al frente a un lado de la Centenaria Iglesia de San Francisco en donde alguna vez estuvo la mítica Pérgola de las Flores, lugar de inspiración de nuestra gran Isidora Aguirre para crear una de las piezas teatrales, más nuestras, ahí se encuentra el Hotel Plaza San Francisco y el restaurante Bristol.

Coincidentemente a escasos metros el uno del otro se encuentran los dos mejores restaurantes de hoteles, con cocina chilena o de inspiración chilena.

En el Vichuquén se encuentra a cargo un solido cocinero, Jorge Caro, un obrero de la cocina, silencioso, quitado de bulla, fundador de les Toques Blanches en Chile de verdad, porque hoy pareciera que cualquiera se arroga el titulo de fundador de esta organización. Cocinero que sin arabescos ni alardes, desarrolla una de las cocinas chilenas de mayor fuerza en la ciudad. Platos clásicos y la incorporación de productos novedosos logran un lugar ideal para almorzar y cenar.
A pasos cruzando la Alameda encontramos a cargo de los fogones a Axel Manríquez, uno de los más talentosos cocineros jóvenes, creativo, trabajador, organizado, desarrolla una cocina moderna, sorprendente, inteligente con toques de chilenidad a veces, y otras, derechamente, pero en donde la calidad y el sabor hablan por si solos.

El centro de la ciudad siempre nos puede sorprender.

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